El 7 de agosto, nuestros sucesivos descensos nos habían llevado a una profundidad de treinta leguas, es decir, que había sobre nuestras cabezas treinta leguas de rocas, de océanos, de continentes y de ciudades. Debíamos de estar entonces a unas doscientas leguas de Islandia.Aquel día, el túnel seguía un plano inclinado.
Yo caminaba delante. De pronto, al volverme, me di cuenta de que estaba solo.
«Bueno —pensé—, he andado muy deprisa o bien Hans y mi tío se han parado en el camino. Vamos, hay que unirse a ellos.
Afortunadamente el camino no sube increíblemente».
Estaba extasiado en estas contemplaciones cuando mi tío preguntó a Hans por el nombre del pico en el que nos encontrábamos. —Scartaris —respondió Mi tío me lanzó una mirada triunfante y exclamó: —¡Al cráter